Exceptiología
Con la llegada de la Ilustración en el siglo XVIII, los grandes Gabinetes de Curiosidades que se habían ido configurando durante el Renacimiento y el Barroco por todo occidente comenzaron a desaparecer. De entre ellos, aquellas piezas que albergaban una mayor vinculación a la realidad cognoscible fueron seleccionadas e inventariadas para dar origen a los primeros Museos de Historia Natural, buscando códigos objetivos y racionales que permitieran ordenar y sistematizar los patrones de comportamiento generales de la naturaleza, de manera que pudieran servir como recursos didácticos para el conocimiento y la observación empírica de sus leyes.
Laura Salguero reivindica una vuelta al terreno de la emoción como fuente de conocimiento, relegando el poder de la razón que rige nuestro día a día a un plano más formal y anecdótico. Para ello toma como referente la finalidad didáctica y los recursos propios del modelo racionalista de los museos de carácter científico (listados, clasificaciones, descripciones detalladas, bocetos, técnicas de reproducción…), con los que muestra los objetos e imágenes que crea y que, escapando de la norma, tratan de llevar al espectador hacia lugares insólitos. Con este doble juego, Salguero configura una suerte de bestiario de aves bicéfalas, reptiles mutantes, insectos siameses, mamíferos poliformes y otras alimañas excepcionales mediante técnicas relacionadas con la producción científica que van desde los papeles salados, la acuarela, la cianotipia o procedimientos extraídos del terreno de la protética dental. Así, logra componer todo un catálogo en el que recoge
los ejemplos del universo que conforman su imaginario artístico, trascendiendo de algún modo las limitaciones físicas y optando por fijar la mirada en aquello que permanece escondido en las fisuras de lo ordinario.
Estos objetos de la excepción se sitúan en la delgada línea que separa la ciencia de la superstición, lo real de lo mágico, lo revolucionario de lo tradicional; sin embargo se disponen en la galería con un despliegue expositivo con el que la artista se apropia de los mecanismos estandarizados y legitimadores de la institución museográfica. De esta forma, consigue determinar la mirada del espectador y predisponerlo para acatar como verdadero todo aquello que se disponga dentro de las paredes del espacio expositivo, llegando incluso a infiltrar algunas de sus piezas en las salas del Museo de Ciencias Naturales de Valladolid para así tratar de reconstruir su discurso cartesiano en un alegato de lo irracional.
Con este interés por devolver el carácter sublime que permanece latente tras cualquier creación de la naturaleza y descubrir todo aquello relativo y accidental que subyace en la oscuridad sin pertenecer al mundo impuesto por la lógica del entendimiento, la artista trata de mostrar el absurdo de las catalogaciones científicas predeterminadas utilizando las mismas estrategias que las crean. Así, propone una nueva forma de interpretar el universo natural, construyendo hipótesis diferentes basadas en la pervivencia de lo abyecto, lo monstruoso e imperfecto que caracteriza toda su producción.
Sara Blanco